Una mujer asistente al programa está relatando la mala relación que tiene con su marido. El tono es claramente angustioso, las mejillas le brillan con las pocas lágrimas que afloraron hasta el momento. El Dr. Bucay se le acerca, mientras las cámaras hacen un seguimiento a dúo y casi en paralelo; no pierden de vista la expresión de asombro de la mujer, al mismo tiempo que siguen los movimientos lentos pero seguros de Bucay. Éste se inclina a los pies de la mujer angustiada, se arrodilla, le toma la mano, la acaricia con su voz diciéndole “llora, no te reprimas”. Ella, ahora sí, rompe en llanto sin reparos. Se van al corte con esa imagen que queda impregnada en la retina.
Esta escena es extraída del programa “El buscador”(1), y para quienes no lo conocen dejo que sus propios productores lo presenten:
“El Buscador es un programa de servicios, un espacio de reflexión que aborda los temas de la vida cotidiana, enriquecidos por la mirada y la experiencia del Doctor Jorge Bucay, acompañado por la periodista y locutora Gabriela Radice (...) El objetivo del ciclo es acercar herramientas que puedan servir de ayuda a los televidentes en su búsqueda de superación personal.” Testimonios, anécdotas y los ya célebres cuentos del Dr. de disparadores para el debate con el público.
Si Ud. se ubica detrás de la cámara central, como si estuviera mirando la televisión, a su izquierda tiene una tribuna, a su derecha la otra. Atrás, en el fondo, se encuentra un pizarrón y en el centro de la escena, Jorge Bucay.
En cada programa se trata un tema en particular referente a las grandes inquietudes humanas: los vínculos de pareja, de familia; el amor; las crisis en las etapas evolutivas de la vida: adolescencia, vejez, entre otros temas.
El conductor lleva adelante el programa en base a testimonios y preguntas del público, constituido en su gran mayoría por mujeres, que van desde la adolescencia hasta la vejez.
¿Qué fue lo que hizo dirigir mi interés hacia El Buscador?
Fue precisamente develar el juego existente entre el testimonio de las mujeres que asisten al programa y el discurso del conductor.
Iré parte por parte, desarrollando el tema que les presenté en el título, analizando según la etimología griega de análisis, ya que a medida que lo iré separando en partes, paralelamente voy a ir atando y liando otras.
En latín “Auctor” es el testigo cuyo testimonio se refiere a algo que debe luego ser confirmado. Esta acepción es la que manejaré en adelante al referirme al testimonio de las mujeres que asisten al programa, ya que implica una insuficiencia estructural del discurso en donde aquéllas se presentan sabiendo pero sin saber que saben, depositando esta carga en el otro, quien en este caso resulta ser Jorge Bucay.
Entendiendo el testimonio como historia puedo decir que “la historia del sujeto es, en la medida que se hace presente en el discurso, ‘dis-toria’(2), que se va haciendo historia a medida que la va contando”(3). Cuando cuenta su historia, se cuenta a sí misma aquello que no sabía. ¿Por qué?.
Porque las historias bordean lo que ellas radicalmente no pueden abordar ni nombrar dejándolo afuera, quedando por fuera de toda simbolización que puedan hacer estas mujeres en su discurso. Entonces ¿cómo, mediante el testimonio que adquiere un valor mas allá de la historia, puede hacerse algo en este programa?¿cómo puede ser mediante el testimonio que adquiere un valor mas allá de historia que se pueda hacer algo con eso en este programa? ¿Se puede hacer algo con eso? Si la respuesta es no, ¿para qué le cuentan eso a Bucay?
Las mujeres con su testimonio le presentan todo, su historia, su fantasma; le ofrecen todo en forma generosa. Le ofrecen esa nada, convocando transferencialmente en su juego histérico a Bucay, y claro está, a éste le interesan esas historias y ellas se las cuentan sin reparos, abriéndose en su intimidad como si estuviesen en el consultorio.
A su vez Bucay intenta que ellas desplieguen su discurso, como se aprecia claramente en la escena que planteaba al comienzo.
Eso se logra a través de un buen dominio de las cámaras, de un excelente lenguaje (aunque los conceptos técnicos sean discutibles) y de dos cosas que terminan de darle el toque final a ese manejo impecable de los tiempos. Me estoy refiriendo a la mirada y a la escucha.
Retomemos la siguiente frase: “enriquecidos por la mirada y la experiencia del Doctor Jorge Bucay”(4).
Es claro que desde el programa mismo se destaca la riqueza de la mirada experiente de Bucay. Pero ¿cómo es esa mirada?
Es una mirada continente, paterna, como entendiéndolo todo pero desde cierto lugar. Lo que nos lleva al siguiente tema: la escucha. Es una escucha desde un pedestal, desde el lugar del saber, y no vacila en contrariar a quien no transita los mismos caminos de su pensamiento.
Algo curioso, la mayoría de las veces que responde a una pregunta de una persona del panel, Bucay no se dirige hacia esta persona en particular, sino que busca las cámaras, generalmente la central o la que esté más cerca, adoptando así una posición divergente a la de quien pregunta.
Queda claro que esas situaciones son generadas y hasta promovidas por la posición misma en que se ubica Jorge Bucay, pero ¿qué consigue con esto?
Freud decía que lo importante es la función del saber en juego en la transferencia, en tanto texto a leer o interpretar. Entonces ¿qué pasa transferencialmente entre estas mujeres y Bucay?
Ellas se ubican en una posición que al mismo tiempo que con el movimiento apelan a Bucay, lo ponen en un lugar de saber para que les diga sobre sus síntomas, sobre lo que les pasa, esperando ansiosas la respuesta.
En contrapartida, la posición de Bucay implica ocupar el lugar del discurso, el de la verdad del saber, y por tanto el lugar del amo.
¿Qué sería el amo? ¿Un nombre de discurso? ¿Qué es un discurso? "Una estructura que excede a la palabra", pudiendo existir el discurso sin la palabra.
Bucay se ubica como Agente de la verdad, ubicando así a las mujeres en posición histérica. Lo característico es la escisión en ésta entre lo manifiesto y lo latente. Escisión que corresponde a la distancia entre saber y goce. O sea, no sabe qué hacer con su deseo, en tanto se ubica como causa del deseo de otro. Le dejan algo por desear a Bucay y es justamente eso que sólo puede bordear a través de su testimonio. Ellas no saben que saben pero él si lo sabe, y ahí radica su habilidad en oficiar de Amo al mismo tiempo que, convocando al amor, hace que ese saber aflore.
Éstas se identifican con él (como Hombre) para acercarse desde su deseo, a las respuestas que buscan en relación a qué es ser una mujer.
El problema es que la relación que se plantea en el discurso del Amo produce una alienación, no sólo en aquél que la sostiene, Bucay, sino también en aquél a quien está dirigido, las mujeres.
Y si éstas piden que se goce de ellas como de un enigma (aunque fantasean que no es de ellas de quien se goza), y aman a un hombre que las ocupe, se trastornan cuando se las conoce demasiado. No soportan que se goce de ellas con seguridad, esforzándose en causar inseguridad, queriendo estar donde no se las espera. ¿Cómo lo hacen? Básicamente de dos maneras: o cambiando de hombre todo el tiempo o empeñándose en ser una desconocida para el mismo hombre.
El problema es que termina convirtiéndose en un enigma para sí misma, con la consecuente paradoja de que pese a que hacen un llamado al saber de Bucay y él responde, este juego transferencial no cambia nada, ya que nada se sabe sobre el goce en juego. Aunque ella disfrute presentándose como un enigma a descifrar, aunque él se presente con el saber, esto no deja de ser una relación transferencial producto de la sugestión y por lo tanto en nada difiere de aquella que producía Charcot con su sola presencia, en aquellas mujeres de la Salpetriere que se contorsionaban en paroxismos, mezcla de placer y dolor. La comparación no es ociosa, ya que a Charcot se le decía “el maestro de los maestros” por su saber. ¿Estamos aquí ante el nuevo Charcot?
Hay que tener en cuenta que en su discurso es el médico el que toma la iniciativa más que el terapeuta. Cuando ilustra en el pizarrón con sus ejemplos, pegando circulitos, o mostrando la relación de pareja con una balanza, no son más que síntomas los que presenta. Lo hace a manera de signos en los cuales se puede leer, como si se tratara de una enfermedad tan clara como una hepatitis. Y de esta forma es interpretado desde la tribuna y desde el televidente, como si no hubiese otra verdad más que ésa. Estamos acostumbrados ya a esta medicalización de la sociedad, discurso médico que todo lo puede, donde se nos indica qué hacer y qué no hacer invadiendo todos nuestro espacios privados, como si fuese una cosmovisión de la vida.
Creo que es loable la intención de transmitir la psicología a sectores de la población más extensos que el clásico público selecto de los Psicólogos. Pero analicé aquí justamente la forma discursiva que adquiere dicha transmisión y los efectos de sentido que puede generar sobre la subjetividad de la mujer.
El buscador entonces ¿qué busca?. ¿Quién busca en el buscador?, ¿su conductor?, ¿actúa como un señuelo que va en la misma línea que la pregunta histérica, que interroga sobre su femineidad al hombre, al mismo tiempo que prosigue con su incesante búsqueda de uno que le pueda dar amor? ¿Será por eso que fascina tanto a las mujeres?
Pienso que lo que les fascina tanto de Bucay, es justamente su discurso. Confluyen en él dos aspectos que se alimentan mutuamente. Por un lado lo especular de la imagen y la mirada que vimos anteriormente, y por el otro la palabra con todo el peso que adquiere desde ese lugar de verdad. Se produce aquí un encuentro con el padre imaginario que todo lo puede.
Coinciden acá la posición del amo y del padre, y es por eso que producen... por ahora amor. Sabemos bien cual es la otra cara de la moneda.
Otra cosa a destacar y que va en la misma línea de lo dicho hasta el momento, es que siempre para finalizar el programa se elige la modalidad del cuento: “háganos un cuentito de despedida”, le pide Gabriela Radice la mayoría de las veces, en un reclamo infantil.
Esto implica de por sí poner al otro en el lugar de niño, en un discurso infantilizante, histerizante. Como dejando al espectador adormecido, pronto para irse a dormir, al igual que las historias que nos contaban de chicos. Y a ésto se le agrega que todos son cuentos con moraleja, conteniendo una lección o enseñanza moral.
Como dije antes, Bucay se ubica en el lugar del buen padre, el del maestro, y éste qué quiere sino educar, enseñar; o sea inscribir (escribir) lo que no está escrito.
Y esas mujeres a quienes quiere educar se preguntan: ¿qué quieres tú de mí?
Si él respondiera que no quiere nada de ellas, su posición caería. Lo descartarían como un hombre que tenga algo para darles y por lo tanto la posición de saber caería también.
Tal vez Bucay ame demasiado a sus mujeres y, en su intento por hacerlas mejores, lo paradójico es que se olvida de responder a sus preguntas.
Y si el amor busca lo otro (lo diferente) en tanto que significante, pudiendo articularse con toda una vida, es a través de un significante que estas mujeres puedan hacer enlace con Bucay, ya que una mujer busca a un hombre a título de significante a través de su discurso. Y en los aplausos que le brindan al comienzo y cierre de cada bloque sólo se escucha: “Bucay... Bucay...”.
Aplauden el saber, demostrando además que lo adoran y lo aman por eso, más allá del circo que se pueda hacer teniendo en cuenta que es un programa de televisión. Y justamente por esto me resulta preocupante, ya que parece que en estos días no van quedando espacios en donde escapar al imperativo del amo, o a los significantes amos, impuestos por los mass media y que van formando -o más bien deformando- subjetividades, pretendiendo así dar cuenta de un supuesto saber acerca de lo que necesita la gente, cómo hay que dárselo y en qué momento.
Pocos son los que se detienen a pensar en una propuesta como ésta, donde la apuesta está hecha hacia “el camino del auto”, promoviendo el amor sui, sin tomar en cuenta que habría que hacer un alto y ponerse a pensar hacia dónde nos lleva semejante propuesta. Y, como debería ser la forma de abordaje para todo saber supuesto, habría que confirmar primero la eficacia de los contenidos allí vertidos antes de llevarse por las formas discursivas adornadas y aderezadas con productos que en definitiva dejan mal sabor de boca.
NOTAS
(1) Programa emitido por canal 13 - Artear de Argentina y retransmitido en Uruguay por canal 12.
(2) Landeira, Ricardo. (1997) Seminario. Historias de amor de locura y de muerte. “El mas grande amor”.Reunión del 8.7.97, en la Escuela Freudiana de Montevideo.
(3) Grotiuz, Javier (2001). Bordeando la ética del deseo. En: Relatos de la Clínica, Nº 2, noviembre 2001. www.psiconet.org/relatos
(4) El remarcado es del Autor.
BIBLIOGRAFIA
Grotiuz, Javier (2000). De la peligrosidad del loco y de la locura del delincuente. En Revista Acheronta, Nº 11, julio 2000. http://www.acheronta.org/
Grotiuz, Javier (20010). Bordeando la ética del deseo. En Relatos de la Clínica, Nº 2, noviembre 2001. www.psiconet.org/relatos
Lacan, Jacques (1970) El envés del Psicoanálisis. Ed. Paidos. Bs. As.
Lacan, Jacques (1971) De un discurso que no fuese del semblante. Inédito.
Landeira, Ricardo (1997) Seminario. Historias de amor de locura y de muerte. “El mas grande amor”. Reunión del 8.7.97, en la Escuela Freudiana de Montevideo.
Landeira, Ricardo (1994). ¿Qué quiere una mujer cuando eso no es todo? Ed. Roca Viva, Montevideo.
Esta escena es extraída del programa “El buscador”(1), y para quienes no lo conocen dejo que sus propios productores lo presenten:
“El Buscador es un programa de servicios, un espacio de reflexión que aborda los temas de la vida cotidiana, enriquecidos por la mirada y la experiencia del Doctor Jorge Bucay, acompañado por la periodista y locutora Gabriela Radice (...) El objetivo del ciclo es acercar herramientas que puedan servir de ayuda a los televidentes en su búsqueda de superación personal.” Testimonios, anécdotas y los ya célebres cuentos del Dr. de disparadores para el debate con el público.
Si Ud. se ubica detrás de la cámara central, como si estuviera mirando la televisión, a su izquierda tiene una tribuna, a su derecha la otra. Atrás, en el fondo, se encuentra un pizarrón y en el centro de la escena, Jorge Bucay.
En cada programa se trata un tema en particular referente a las grandes inquietudes humanas: los vínculos de pareja, de familia; el amor; las crisis en las etapas evolutivas de la vida: adolescencia, vejez, entre otros temas.
El conductor lleva adelante el programa en base a testimonios y preguntas del público, constituido en su gran mayoría por mujeres, que van desde la adolescencia hasta la vejez.
¿Qué fue lo que hizo dirigir mi interés hacia El Buscador?
Fue precisamente develar el juego existente entre el testimonio de las mujeres que asisten al programa y el discurso del conductor.
Iré parte por parte, desarrollando el tema que les presenté en el título, analizando según la etimología griega de análisis, ya que a medida que lo iré separando en partes, paralelamente voy a ir atando y liando otras.
En latín “Auctor” es el testigo cuyo testimonio se refiere a algo que debe luego ser confirmado. Esta acepción es la que manejaré en adelante al referirme al testimonio de las mujeres que asisten al programa, ya que implica una insuficiencia estructural del discurso en donde aquéllas se presentan sabiendo pero sin saber que saben, depositando esta carga en el otro, quien en este caso resulta ser Jorge Bucay.
Entendiendo el testimonio como historia puedo decir que “la historia del sujeto es, en la medida que se hace presente en el discurso, ‘dis-toria’(2), que se va haciendo historia a medida que la va contando”(3). Cuando cuenta su historia, se cuenta a sí misma aquello que no sabía. ¿Por qué?.
Porque las historias bordean lo que ellas radicalmente no pueden abordar ni nombrar dejándolo afuera, quedando por fuera de toda simbolización que puedan hacer estas mujeres en su discurso. Entonces ¿cómo, mediante el testimonio que adquiere un valor mas allá de la historia, puede hacerse algo en este programa?¿cómo puede ser mediante el testimonio que adquiere un valor mas allá de historia que se pueda hacer algo con eso en este programa? ¿Se puede hacer algo con eso? Si la respuesta es no, ¿para qué le cuentan eso a Bucay?
Las mujeres con su testimonio le presentan todo, su historia, su fantasma; le ofrecen todo en forma generosa. Le ofrecen esa nada, convocando transferencialmente en su juego histérico a Bucay, y claro está, a éste le interesan esas historias y ellas se las cuentan sin reparos, abriéndose en su intimidad como si estuviesen en el consultorio.
A su vez Bucay intenta que ellas desplieguen su discurso, como se aprecia claramente en la escena que planteaba al comienzo.
Eso se logra a través de un buen dominio de las cámaras, de un excelente lenguaje (aunque los conceptos técnicos sean discutibles) y de dos cosas que terminan de darle el toque final a ese manejo impecable de los tiempos. Me estoy refiriendo a la mirada y a la escucha.
Retomemos la siguiente frase: “enriquecidos por la mirada y la experiencia del Doctor Jorge Bucay”(4).
Es claro que desde el programa mismo se destaca la riqueza de la mirada experiente de Bucay. Pero ¿cómo es esa mirada?
Es una mirada continente, paterna, como entendiéndolo todo pero desde cierto lugar. Lo que nos lleva al siguiente tema: la escucha. Es una escucha desde un pedestal, desde el lugar del saber, y no vacila en contrariar a quien no transita los mismos caminos de su pensamiento.
Algo curioso, la mayoría de las veces que responde a una pregunta de una persona del panel, Bucay no se dirige hacia esta persona en particular, sino que busca las cámaras, generalmente la central o la que esté más cerca, adoptando así una posición divergente a la de quien pregunta.
Queda claro que esas situaciones son generadas y hasta promovidas por la posición misma en que se ubica Jorge Bucay, pero ¿qué consigue con esto?
Freud decía que lo importante es la función del saber en juego en la transferencia, en tanto texto a leer o interpretar. Entonces ¿qué pasa transferencialmente entre estas mujeres y Bucay?
Ellas se ubican en una posición que al mismo tiempo que con el movimiento apelan a Bucay, lo ponen en un lugar de saber para que les diga sobre sus síntomas, sobre lo que les pasa, esperando ansiosas la respuesta.
En contrapartida, la posición de Bucay implica ocupar el lugar del discurso, el de la verdad del saber, y por tanto el lugar del amo.
¿Qué sería el amo? ¿Un nombre de discurso? ¿Qué es un discurso? "Una estructura que excede a la palabra", pudiendo existir el discurso sin la palabra.
Bucay se ubica como Agente de la verdad, ubicando así a las mujeres en posición histérica. Lo característico es la escisión en ésta entre lo manifiesto y lo latente. Escisión que corresponde a la distancia entre saber y goce. O sea, no sabe qué hacer con su deseo, en tanto se ubica como causa del deseo de otro. Le dejan algo por desear a Bucay y es justamente eso que sólo puede bordear a través de su testimonio. Ellas no saben que saben pero él si lo sabe, y ahí radica su habilidad en oficiar de Amo al mismo tiempo que, convocando al amor, hace que ese saber aflore.
Éstas se identifican con él (como Hombre) para acercarse desde su deseo, a las respuestas que buscan en relación a qué es ser una mujer.
El problema es que la relación que se plantea en el discurso del Amo produce una alienación, no sólo en aquél que la sostiene, Bucay, sino también en aquél a quien está dirigido, las mujeres.
Y si éstas piden que se goce de ellas como de un enigma (aunque fantasean que no es de ellas de quien se goza), y aman a un hombre que las ocupe, se trastornan cuando se las conoce demasiado. No soportan que se goce de ellas con seguridad, esforzándose en causar inseguridad, queriendo estar donde no se las espera. ¿Cómo lo hacen? Básicamente de dos maneras: o cambiando de hombre todo el tiempo o empeñándose en ser una desconocida para el mismo hombre.
El problema es que termina convirtiéndose en un enigma para sí misma, con la consecuente paradoja de que pese a que hacen un llamado al saber de Bucay y él responde, este juego transferencial no cambia nada, ya que nada se sabe sobre el goce en juego. Aunque ella disfrute presentándose como un enigma a descifrar, aunque él se presente con el saber, esto no deja de ser una relación transferencial producto de la sugestión y por lo tanto en nada difiere de aquella que producía Charcot con su sola presencia, en aquellas mujeres de la Salpetriere que se contorsionaban en paroxismos, mezcla de placer y dolor. La comparación no es ociosa, ya que a Charcot se le decía “el maestro de los maestros” por su saber. ¿Estamos aquí ante el nuevo Charcot?
Hay que tener en cuenta que en su discurso es el médico el que toma la iniciativa más que el terapeuta. Cuando ilustra en el pizarrón con sus ejemplos, pegando circulitos, o mostrando la relación de pareja con una balanza, no son más que síntomas los que presenta. Lo hace a manera de signos en los cuales se puede leer, como si se tratara de una enfermedad tan clara como una hepatitis. Y de esta forma es interpretado desde la tribuna y desde el televidente, como si no hubiese otra verdad más que ésa. Estamos acostumbrados ya a esta medicalización de la sociedad, discurso médico que todo lo puede, donde se nos indica qué hacer y qué no hacer invadiendo todos nuestro espacios privados, como si fuese una cosmovisión de la vida.
Creo que es loable la intención de transmitir la psicología a sectores de la población más extensos que el clásico público selecto de los Psicólogos. Pero analicé aquí justamente la forma discursiva que adquiere dicha transmisión y los efectos de sentido que puede generar sobre la subjetividad de la mujer.
El buscador entonces ¿qué busca?. ¿Quién busca en el buscador?, ¿su conductor?, ¿actúa como un señuelo que va en la misma línea que la pregunta histérica, que interroga sobre su femineidad al hombre, al mismo tiempo que prosigue con su incesante búsqueda de uno que le pueda dar amor? ¿Será por eso que fascina tanto a las mujeres?
Pienso que lo que les fascina tanto de Bucay, es justamente su discurso. Confluyen en él dos aspectos que se alimentan mutuamente. Por un lado lo especular de la imagen y la mirada que vimos anteriormente, y por el otro la palabra con todo el peso que adquiere desde ese lugar de verdad. Se produce aquí un encuentro con el padre imaginario que todo lo puede.
Coinciden acá la posición del amo y del padre, y es por eso que producen... por ahora amor. Sabemos bien cual es la otra cara de la moneda.
Otra cosa a destacar y que va en la misma línea de lo dicho hasta el momento, es que siempre para finalizar el programa se elige la modalidad del cuento: “háganos un cuentito de despedida”, le pide Gabriela Radice la mayoría de las veces, en un reclamo infantil.
Esto implica de por sí poner al otro en el lugar de niño, en un discurso infantilizante, histerizante. Como dejando al espectador adormecido, pronto para irse a dormir, al igual que las historias que nos contaban de chicos. Y a ésto se le agrega que todos son cuentos con moraleja, conteniendo una lección o enseñanza moral.
Como dije antes, Bucay se ubica en el lugar del buen padre, el del maestro, y éste qué quiere sino educar, enseñar; o sea inscribir (escribir) lo que no está escrito.
Y esas mujeres a quienes quiere educar se preguntan: ¿qué quieres tú de mí?
Si él respondiera que no quiere nada de ellas, su posición caería. Lo descartarían como un hombre que tenga algo para darles y por lo tanto la posición de saber caería también.
Tal vez Bucay ame demasiado a sus mujeres y, en su intento por hacerlas mejores, lo paradójico es que se olvida de responder a sus preguntas.
Y si el amor busca lo otro (lo diferente) en tanto que significante, pudiendo articularse con toda una vida, es a través de un significante que estas mujeres puedan hacer enlace con Bucay, ya que una mujer busca a un hombre a título de significante a través de su discurso. Y en los aplausos que le brindan al comienzo y cierre de cada bloque sólo se escucha: “Bucay... Bucay...”.
Aplauden el saber, demostrando además que lo adoran y lo aman por eso, más allá del circo que se pueda hacer teniendo en cuenta que es un programa de televisión. Y justamente por esto me resulta preocupante, ya que parece que en estos días no van quedando espacios en donde escapar al imperativo del amo, o a los significantes amos, impuestos por los mass media y que van formando -o más bien deformando- subjetividades, pretendiendo así dar cuenta de un supuesto saber acerca de lo que necesita la gente, cómo hay que dárselo y en qué momento.
Pocos son los que se detienen a pensar en una propuesta como ésta, donde la apuesta está hecha hacia “el camino del auto”, promoviendo el amor sui, sin tomar en cuenta que habría que hacer un alto y ponerse a pensar hacia dónde nos lleva semejante propuesta. Y, como debería ser la forma de abordaje para todo saber supuesto, habría que confirmar primero la eficacia de los contenidos allí vertidos antes de llevarse por las formas discursivas adornadas y aderezadas con productos que en definitiva dejan mal sabor de boca.
NOTAS
(1) Programa emitido por canal 13 - Artear de Argentina y retransmitido en Uruguay por canal 12.
(2) Landeira, Ricardo. (1997) Seminario. Historias de amor de locura y de muerte. “El mas grande amor”.Reunión del 8.7.97, en la Escuela Freudiana de Montevideo.
(3) Grotiuz, Javier (2001). Bordeando la ética del deseo. En: Relatos de la Clínica, Nº 2, noviembre 2001. www.psiconet.org/relatos
(4) El remarcado es del Autor.
BIBLIOGRAFIA
Grotiuz, Javier (2000). De la peligrosidad del loco y de la locura del delincuente. En Revista Acheronta, Nº 11, julio 2000. http://www.acheronta.org/
Grotiuz, Javier (20010). Bordeando la ética del deseo. En Relatos de la Clínica, Nº 2, noviembre 2001. www.psiconet.org/relatos
Lacan, Jacques (1970) El envés del Psicoanálisis. Ed. Paidos. Bs. As.
Lacan, Jacques (1971) De un discurso que no fuese del semblante. Inédito.
Landeira, Ricardo (1997) Seminario. Historias de amor de locura y de muerte. “El mas grande amor”. Reunión del 8.7.97, en la Escuela Freudiana de Montevideo.
Landeira, Ricardo (1994). ¿Qué quiere una mujer cuando eso no es todo? Ed. Roca Viva, Montevideo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario