¿Cuantas cifras has
escuchado o leído en las últimas semanas relacionadas con el Covid
19?
Estoy seguro que
demasiadas...
Desde los gobiernos
informan día a día del avance de la epidemia en formato numérico,
en conjunción con la prensa que tiene una especial predilección por
las cifras. ¿Cuantos infectados hay? ¿cuantos departamentos
afectados? ¿que franja etaria de la población representan? ¿cuantos
respiradores hay? ¿cuantas camas de Cti hay disponibles? .. etc etc.
¿Que aporta para el
entendimiento de la situación esta vorágine acumulatória de datos
numéricos?
Para la gran mayoría no
demasiado, pero así como en la televisión mostrar una imagen
relacionada con el tema tratado (aunque esa imagen sea muy antigua o
este descontextuada), parece ser vital para llenar las retinas. Los
números cumplen una función similar, dan una imagen indiscutible
puesta en una cifra, llenando los ojos y oídos con un real numérico,
frio, que en si no dice nada pero que tiene su peso matemático.
El gran problema es que
detrás de cada número encontramos una persona que sufre, un drama
familiar en curso con sus vivencias y situaciones bien diversas.
Desde el psicoanálisis,
ubicado en las antípodas de la epidemiología, atendemos la
singularidad, el como cada sujeto se las arregla con sus
circunstancias y su goce, ya que más alla de un corpus social, es
imposible saber lo que les pasa a todos al mismo tiempo, sino de a
uno. Ponemos el acento en la incidencia de la lengua sobre el cuerpo,
en esas palabras que se (nos) dicen desde antes incluso que nazcamos,
y que cada uno recorta en su escenario privado desde donde mira y es
mirado por el mundo.
Le damos un lugar
prioritario a eso que traumatiza el cuerpo y lo martiriza, pero en
forma de palabras sin sentido. No es nuestra tarea ordenar el caos,
pero si ayudar a pacificar y mitigar el sufrimiento, porque hay
palabras que no se velan detrás de una escena, ellas aparecen
descarnadamente en toda su brutalidad. El trauma es lo que afecta al
cuerpo, lo conmueve, lo martiriza en sus efectos de corporizacion,
por la repetición incesante de eso sin sentido que vuelve una y otra
vez al mismo lugar. Lugar que no encuentra cobijo ni le da paz al
sujeto. Esta acción mortificante la viene realizando la información
y cifras sobre el Covid 19, para la cual no se encuentra fácilmente
un limite que desangustie sus efectos.
A su vez ha producido
algo que en las sociedades latinas no estábamos acostumbrados: la
cultura de la sospecha y como consecuencia la denuncia. Hasta ahora
mirar y sancionar en una acción concreta lo que está haciendo el de
al lado por más molesto que fuese no era algo habitual en estas
latitudes.
El nivel de sospecha,
estado de alerta permanente e hipercontrol impone mantener distancias
con ese otro peligroso posible infectado y la tensión ya no solo es
imaginaria, contiene un real ahí latente de peso mortífero, que se
esparce más rápidamente que el virus. Se verá con el tiempo si
llegó para quedarse.
Como consecuencia entre
otras cosas se ha acrecentado notoriamente, una agresividad en las
redes, a veces de forma descarnada, sin filtro. Por ejemplo el
escrache y hostigamiento contra una maestra rural de Artigas que “iba
a entregar sus cuadernos (....) y acercarles un gesto de cariño”
(en sus propias palabras), le causo la muerte por infarto.
La frase “quedate en
casa” es la más escuchada, por seguridad y el supuesto bien de
todos. Pero ¿quien protege del nuevo goce acusatorio contra quienes
osan ir contra este real? Porque la frase deja de ser solo palabras,
para adquirir todo su peso de este imperativo: quedate en casa!, deja
tu cuerpo en casa, lejos de los otros cuerpos. Se observa claramente
como se expande la sospecha generalizada, entre otras cosas, por los
constantes bombardeos de imágenes y cifras terribles que llegan al
interior de cada casa no solo por radio o televisión sino
fundamentalmente por el celular. Hacer una pausa, elegir cuando y
como informarse puede ser una forma de ponerle limite a este real que
entra imaginarizado por las pantallas pero que se transforma y muta
ni bien le prestamos escucha.
La paradoja a la que nos
encontramos hoy, es que en la era de la hiperconectividad, donde el
lazo social se ha reducido prácticamente a la virtualidad, para
poder ponerle un limite a esa intrusión abrumadora de cifras habrá
que no consentir sumisamente a cualquier información. En muchos
casos desconectarse de redes sociales, o retirarse de grupos de
WhatsApp que hasta ahora venían funcionando como entretenimiento o
incluso sostén emocional. Más que nunca hay que ser responsables
como sujetos y hacerse cargo de lo que se elige.
Javier Grotiuz Scarella
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