Últimamente se está
imponiendo la idea de que habrá que adaptarse a “la nueva
normalidad”, entendiendo por esto el retorno progresivo a las
actividades, pero siguiendo con todos los cuidados y el mal llamado
distanciamiento social (que en realidad es distanciamiento físico)
para evitar los contagios.
Se viene avanzando hacia
un control biopolítico de los cuerpos, en donde nos dicen lo que
tenemos que hacer, si podemos salir, cuando y como. Que cuidados
personales hay que tener: como lavarnos las manos, si tenemos que
usar mascara o no, cual es la distancia física optima frente a otro
cuerpo, incluso el extremo de la recomendación de optar por sexo
virtual, y asi una larga lista de pautas publicas que invaden la vida
privada, por supuesto “para nuestro bien”.
Entre tantas acciones
“para nuestra seguridad” se han puesto en marcha aplicaciones
para mostrar donde se ubican las personas infectadas con Coronavirus,
mediante geolocalización de los cuerpos, por ahora en forma anónima.
Se está produciendo una
redefinición del concepto de privacidad, donde las redes sociales
marcan tendencia. Hasta ahora podíamos pensarlo dentro del plano
imaginario, hacer publico lo propio, mostrar en imágenes lo privado,
en una posición relativamente activa por el propio sujeto. Pero nos
estamos deslizando imperceptiblemente un paso más, hacia lo extimo
real y sin consentimiento. Estas mismas redes no solo manejan
nuestras imágenes, sino también fundamentalmente nuestros intereses
y hasta nuestra ubicación en tiempo real.
Google que controla la
gran mayoría de nuestras aplicaciones, hace poco publicó una tabla
comparativa país por país, mostrando como impactó el fenómeno
Coronavirus en la movilidad de las personas en los últimos días.
Más alla de las alarmas éticas, y jurídicas que esta exposición
enciende, especialmente por la potencialidad de su uso, importa
analizar los efectos que produce sobre la subjetividad.
Ademas de ser sujetos
sujetados, no solo a nuestro propio discurso y relación con el
lenguaje, esta por verse las sujeciones que produzca el saberse
localizable y por tanto vigilado todo el tiempo. Que a diferencia de
gran hermano, ya no seran necesarias las cámaras, porque existen los
geolocalizadores que cada uno de nosotros lleva muy aferrado a la
mano todo el tiempo: el celular. Llevamos un chip de rastreo
incorporado, por ahora pegado al cuerpo, no faltará mucho para que
se “proponga” lo llevemos obligatoriamente o incluso más alla,
tengamos un chip dentro del cuerpo por nuestro bien y la seguridad
publica.
Esta nueva normalidad
propone a los cuerpos como objetos a, dóciles, maleables, expuestos
al geocontrol estatal, pero paradójicamente retirados del contacto
físico y el calor que pueda brindar el otro prójimo, en tanto
cuerpo próximo. En cambio tenemos que solo desde la medicina y la
ciencia pueden tener pleno derecho de tocar estos mismos cuerpos, ya
objetizados, pero por supuesto, detrás de fríos y esterilizados
equipos de protección para evitar la peste.
Si algo ha quedado claro
es que en esta crisis sanitaria se ha descuidado los aspectos
subjetivos, avanzándose hacia el borramiento del sujeto, poniendo de
relieve solo la dimensión real del cuerpo en tanto objeto
controlable. Entonces ¿como poner en juego el propio goce, y
disfrutar de tener un cuerpo, cuando este ya no nos pertenece?
¿Se viene un futuro que
anule el anonimato (no solo de las personas enfermas que puedan
contagiar) y establezca la localización precisa de todo el mundo en
forma publica en pos de la seguridad?
Dependerá de que
respuestas demos no solo como sociedad sino fundamentalmente cada uno
en su singularidad.
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