Además de los cuentos infantiles, todos sabemos mucho sobre historias, de aquellas que Freud llamaba novelas neuróticas, historias infantiles, con nuestros mitos referidos a esas historias.
Los psicoanalistas, desde Freud hasta hoy, hemos optado por escuchar historias, sostenida esta actividad por una necesidad y metodología clínica. ¿Por qué?
Porque la historia en tanto letra bordea lo que deja afuera, y es inevitable que esto sea así. Solo se historiza aquello que podemos integrar en el edipo, aquello que tiene que ver con la represión, con la castración, en consecuencia no se integra lo demás de la estructura. Es decir hay elementos de la estructura del sujeto que al no pasar por la represión, no tienen historia. Esto es lo real, y esa es su condición: estar por fuera de la historia del sujeto. Este “fuera del sujeto” aparece en la clínica en el “campo del Otro”: en la Psicosis en forma de alucinaciones, e incluso en el propio cuerpo en el llamado fenómeno psicosomático.
María de 51 años entra al consultorio, se sienta y comienza a buscar nerviosamente en su cartera, saca muchos papeles y recetas de varios colores, diciendo que la doctora de medicina general la derivó a la psiquiatra por gastritis, y que a su vez la psiquiatra “me mandó acá para realizar un psicoanálisis o una psicoterapia”.
Enseguida cuenta de la operación en que le quitaron el útero (histerectomía) a causa de un fibroma, que es asmática desde hace pocos años, y que tiene que darse una inhalación de ventholin cada 6 hs. y una de beclomol cada 12. Esto en los primeros 20 minutos de consulta.
A continuación dice “hay todo un tema con mi madre”: frase que repetirá incontables veces en las consultas siguientes. Se puede inferir que hay relación entre las lesiones y su madre, pero que ella le pueda encontrar la conexión ya es otra historia.
María es casada y divorciada dos veces, teniendo un hijo de cada matrimonio. Las relaciones con sus maridos no fueron muy buenas. Se casó, dice: “para salir de mi casa, con el primero que se me cruzara”.
De lo que poco que habla de sus hijos, cuenta que el mayor está casado, vive en el exterior y tuvo un hijo varón cuando ocurría el atentado a las torres gemelas. Con él se comunica básicamente a través de cartas, adquiriendo esta forma de comunicación especial relevancia como veremos mas adelante.
María vive con su hijo menor, de 18 años, con quien también mantiene una relación problemática. Cuenta los reclamos que éste le hace sobre las cosas que tiene que hacer, como por ejemplo: limpiar la casa y tirar los objetos rotos e inservibles (fuentes, platos, botellas, frascos etc.) que viene acumulando hace mucho tiempo -al punto que no hay lugar en la casa donde no marquen su presencia -. Describe una situación caótica en donde los objetos están por todas partes, incluso debajo de la cama. A esto se agrega que los materiales que utiliza para hacer sus artesanías también se encuentran diseminados por la casa. Ella trabaja con madera, cuadros y espejos.
María se muestra como una persona muy triste e infeliz, incluso se refiere a sí misma como una persona depresiva.
“Estoy sumida en un pozo que no le encuentro salida, no se si tengo deseo de salir de ahí . No encuentro fuerza, no encuentro voluntad, por qué hacer las cosas. No tengo ganas de lavar, de limpiar, de nada. Necesito algo que me distraiga, que me dé un poco de ánimo. Estoy todo el día tirada sin ganas de hacer nada.”
Ese estado de ánimo lo podemos asociar a las pérdidas sufridas a lo largo de su vida, con una consecuente dificultad para elaborar los duelos. Su padre falleció cuando ella tenía 26 años, el hermano a los 43; la histerectomia se la hicieron a los 50 y particularmente una pérdida que se le presenta en las fantasías y que la angustia mucho: la muerte inminente de su madre, de 86 años.
El duelo decía Freud es una reacción de defensa, una pérdida que atañe a la existencia, un agujero en lo real, una falta en lo real, completara Lacan.
Comúnmente ante las pérdidas los sujetos elaboran una respuesta: síntomas conversivos. Pero cuando no se dispone de recursos simbólicos para responder, reaccionan con lo real orgánico. He aquí una relación fundamental entre pérdida, su duelo correspondiente y el fenómeno psicosomático.
¿Frente a qué pérdida reacciona con lo real orgánico esta paciente? ¿Y cuál es el objeto que está en peligro?,
Tiene que ver con la pérdida de la madre, con las implicaciones que esto tiene en la identidad y el deseo de la paciente. Es justamente frente a este imaginario de la pérdida de la madre que se producirían sus lesiones.
Desde el inicio hubo dificultades para que se instale la transferencia, ya que no había demanda, pregunta, ni síntoma a interrogar para poner a trabajar el inconciente. María hablaba de sus lesiones, pero esas palabras no estaban subjetivadas. Esto se observa claramente, ya que su saberse enferma no la hace cuestionarse ni sentirse implicada en relación a esa enfermedad.
Si tiene preguntas, estas nada tienen que ver con su enfermedad.
En María hay un lugar silenciado, sileo, que no asocia, que no dice. No es el mismo silencio que en la histérica, que habla mucho para guardar su secreto, pero no puede evitar que éste discurra en su discurso.
Hay como un cortocircuito que hace que de esa lesión la paciente no pueda hablar, no pueda subjetivarla. Esta lesión no es un significante, es como un tatuaje inscripto en la piel, que suple al significante que falta, pasando a representar el sujeto ante los demás, a modo de tarjeta de identidad -como veíamos en la modalidad de presentación de María-.
Ese goce del Otro, eso que “sigue ejerciendo presión adentro mío, por momentos no me deja ser, no me deja salir”, lo vemos en su asma. Es como un goce sacrificial, un goce peligroso, porque el Otro toma al cuerpo del sujeto como objeto. En la parte del cuerpo en que María padece un fenómeno psicosomático, ahí completa a su madre como objeto a, en lo real, haciendo de tapón al acceso a su propio inconciente. Una parte del cuerpo es entregada a la madre, y tomada por el goce del Otro.
Allí parecería que no hubiera nombre del padre que en su función de nominación de su goce, de lo que se puede, de lo que no, interrogue sobre el deseo de la madre primordial.
¿Quién goza entonces en ese lugar del cuerpo lesionado?
Goza cualquier cosa menos María. Por el contrario ahí es gozada por el Otro. Es posible considerar ese lugar como una actividad unificadora del sujeto dividido, actividad que sería antecesora al yo, por lo que no podemos hablar de subjetividad constituida en ese punto. Es un goce que Lacan llama goce específico, y que trasciende los propios límites del fantasma.
Limites que si la ley, como ley de prohibición del incesto, que permite el Deseo como castración simbólica hubiera entrado en juego, se hubiera producido una limitación del goce. Limitación de goce que en ésta paciente falló, no produciéndose la metáfora paterna a nivel de esos puntos del cuerpo, quedando a expensas del goce materno.
Ese Otro (madre) se le presenta como no castrado, no aparece como deseante, permaneciendo el ser de la paciente entonces sujetado al discurso del Otro.
María se presenta fundamentalmente a través del discurso materno, incluso imitando su acento español. “Así paso la vida en el que dirán”, así como ella pasó varias entrevistas hablando a través del discurso de su madre, lo que llevó a preguntarle ¿y Ud. que dice?. A lo que responde con un silencio, seguido de una anécdota en donde importaba mucho lo que su madre tenía para decir de esa situación. Así también ella, al igual que su madre, pasa la vida en el que dirán. En el que dirá su madre.
Su discurso es hablado por otro, siéndole muy difícil entrar en la dimensión del qué diré.
Esto enmarcado en una situación analítica, con grandes montos de agresividad, indicando que ahí se están jugando la instancia de alienación y separación, y esta última no se puede efectuar a no ser con cierta agresividad narcísistica en la prosecución de la identidad de María.
“No sabia dar un paso si no me lo decía mi madre”. “Voy a morir a ella”
Me preguntaba entonces si su madre de 86 años muriera, ella ¿podrá seguir adelante, podrá dar un paso hacia adelante?. ¿Se romperá ese fantasma especularizado en su madre?
La presencia fantaseada de una muerte inminente de la madre, la confronta con un agujero, con un vacío, dejándola en la impotencia, ante la desaparición física de esa madre que se le presenta como omnipotente.
“A mi padre lo tenía de pelele. Todas esas cosas que yo veía que ella hacia con mi papa, las quería hacer en mi matrimonio, pero no resultaron”
Esto junto a otros elementos nos habla de una repetición de lo que su madre hace, se presenta como doble especular de la madre, identificada desde el deseo del Otro. Al punto que esa comunicación que la madre tuvo con ella durante 20 años a través de cartas, la repite con su hijo mayor que está en el exterior. De las cartas de su madre dice:
“cartas horribles tratándome de mala mujer, cosas que no se le dicen ni a una prostituta”
“No puede haber ser humano que le diga esas cosas a su hijo”.
Esos insultos perdurarán hasta el momento de la consulta.
Es claro que María tiene dificultades para ser confirmada como sujeto deseante por su madre, quien no reconoce las diferencias. Diferencias que esta paciente intenta marcar durante todos los encuentros, para no quedar más pegada de lo que está.
¿Cómo pudo haber influido entonces el hecho de haber sido una hija no deseada, no querida?
“Mi madre detesta a las hijas mujeres”, “la palabra niña para ella es algo desagradable. “Te aseguro yo que va a ser un chico, si llega a ser niña la ahogamos en la pileta entre los dos”, le dijo su madre al marido cuando María estaba embarazada de su segundo hijo.
“La palabra mujer para ella”... dice deteniéndose ante la angustia que la invade, completando con: “Para ella soy la oveja negra”
En relación a la pérdida del útero, de las palabras de su madre se puede leer: que “no sea niña”, apuntando a la dimensión del ser o incluso que no-sea-niña, apuntando más a su ser femenino. De hecho María es una persona obesa que se viste cubriendo todo el cuerpo con ropa holgada no permitiendo ver sus razgos sexuales femeninos.
Para terminar, en relación a la dirección a seguir, es posible pensar entonces que el primer tiempo de tratamiento pueda consistir en armar las coordenadas para que un trabajo de duelo sea posible en tanto esas pérdidas que se inscriben en lo real del cuerpo colocan a María en una posición en la que es necesario ofrecerle un espacio para tramitar, bordear, con sus escasos recursos simbólicos este agujero.
No sólo la pérdida en lo real del cuerpo si no también “el agujero de la pérdida en lo real, de algo que es la dimensión, propiamente hablando, intolerable, ofrecida a la experiencia humana, y que no es la experiencia de la propia muerte, que nadie tiene, sino de aquella de la muerte de otro que es, para nosotros, un ser esencial”.1
Estas palabras nos orientan respecto de la posición de María en relación al enigma del deseo materno, y por ende, a la relación enigmática con su propio deseo y que la ubica en un lugar muy delicado. Se vislumbra un posible quiebre en caso de no poder zafar del estrago materno y tramitar el duelo que esto implica.
BIBLIOGRAFIA
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Notas:
1) Jacques Lacan, Seminario 6, clase 18.
Felicitaciones por la iniciativa.
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