Hace mas de cien años Freud proclamaba para sorpresa de todos y molestia de muchos, que los niños eran sujetos deseantes (o en vías de serlo) con su propia sexualidad, inaugurando una concepción infantil con status propio. De este hito en la historia que elevó a los niños al lugar de pequeños perversos polimorfos en sentido funcional -marcando lo pulsional de la subjetividad naciente que logra satisfacerse con cualquier objeto- poco parece quedar en nuestros días, donde imperan los “desequilibrios o déficits orgánicos” que una pastillita viene a “normalizar”. No es el mismo aquel malestar de la cultura que el nuestro, así como tampoco lo es la forma de abordarlo cada vez más inclinada hacia la medicalización y las terapias educativas y correctivas.
Hay una tendencia a producir niños aptos, adaptados, obedientes y eficientes en aras de las leyes de mercado. El mejor ejemplo son los llamados “niños agenda” quienes tienen toda la semana pre-programada para diversas actividades educativas, sin lugar para juegos o simplemente no hacer nada.
Infancia medicada, autoridad desplazada.
Las nuevas tecnologías permiten que con un solo click se pueda cruzar el mundo y se tenga más presente lo que sucede en Japón o medio oriente que al vecino del apartamento de al lado. Cada vez son menores los tiempos de espera, en una aceleración continua del pasaje de escenas, imágenes y acontecimientos en forma de catarata. Se ha pasado en veinte años de una atención focalizada (encarar una cosa a la vez) a tener la posibilidad, con una computadora, de tener múltiples ventanas abiertas con tareas muy diferentes y a velocidades impensadas anteriormente. Esto genera modificaciones en cuanto a la percepción del tiempo y espacio, y por tanto también en la producción de subjetividad.
En tiempos de vorágine, donde pueden sobrar objetos de consumo, lo que faltan son los minutos, las horas y los días de actividades compartidas en familia, no hay tiempo que perder ni posibilidades de averiguar qué es lo que está pasando. En una época de padres culposos y ausentes gran parte del día y nuevas formas de juegos y vinculación como son las relacionadas con Internet, hay un panorama complejo que interactúa e incide.
Los que trabajamos en instituciones educativas o en la consulta con niños vemos en forma habitual las dificultades que tienen los padres para poner límites y frustrar al niño. Hay una cuestión pulsional que no se logra controlar y que necesita un límite. Lo preocupante es que ese límite parece estar viniendo desde el lado de la administración de fármacos y en particular de la ritalina (uno de los nombres comerciales del metilfenidato) suministrado habitualmente en niños diagnosticados con Trastorno deficit atencional con o sin hiperactividad (TDAH).
Son para analizar las razones de que maestros y padres piden a gritos que se haga algo con estos niños inquietos, poniendo en terceros la posibilidad de limitar a ese niño, medicándolo como si eso fuese la solución mágica. Esto, sumado a la mayor influencia de los laboratorios, hace que los niños no tengan mucha escapatoria a que los mediquen, si no pensamos en serio las causas del por qué no responden a las exigencias de los adultos, por qué no atienden.
Actualmente las problemáticas que se presentan en la clínica psicológica son en gran parte relacionadas con el acto y la dificultad de control. Se ve con el aumento de anorexias, bulimias y adicciones; el trastorno de déficit atencional no escapa a estas lógicas.
Naciones Unidas recomendó al Ministerio de Salud Pública que tome medidas para evitar el uso creciente del metilfenidato conocido como ritalina, utilizado para el tratamiento de niños diagnosticados con Trastorno por déficit atencional con o sin hiperactividad (TDAH). Además hay por lo menos dos fallos judiciales que obligan al MSP a mejorar controles sobre esta sustancia y su prescripción medica. Los motivos de tanta preocupación judicial e internacional son que en Uruguay la importación pasó de 0,9 kilos en 2001 a casi 17 kilos en 2007 y más de 19 kilos en el 2011.
Habría entre un 20 y un 30% de niños medicados en Uruguay, cuando en el resto del mundo la media anda en el entorno del 5 al 7%. Y lo peor es que la mayoría ni siquiera está correctamente diagnosticado, sumado al hecho que habría un 30% de prescripciones de metilfenidato realizadas por médicos de medicina general.
¿El TDAH es un fenómeno de aparición nueva? No, aunque su aumento exponencial en diagnósticos sí es reciente ¿Que es el TDAH? Según el manual de psiquiatría DSM IV: “el trastorno por Déficit Atencional con Hiperactividad es un cuadro neuropsiquiátrico, de base biológica con manifestaciones conductuales, que afecta el sistema de auto regulación de la conducta” e implicaría: dificultad para prestar atención suficiente a los detalles y sostenerla en tareas educativas o lúdicas; parece que el niño no escucha cuando se le habla directamente, no logra seguir instrucciones, no finaliza tareas escolares, tiene dificultades para organizar tareas y actividades, y tendría también dificultades para quedarse sentado en horario escolar y durante las comidas y otras actividades, distrayéndose fácilmente con cualquier estimulo.
La mejor prueba de que el diagnostico se esta aplicando en forma indiscriminada es que estos niños llegan a la consulta del psicólogo clínico, psicoanalista o psiquiatra, pre-diagnosticados. ¿Por quién? Por maestras, profesores, psicólogos educacionales, padres y familiares, entre otros. Y generalmente ya vienen con la medicación prescripta.
Estos diagnósticos vienen realizados por la simple observación de conductas del niño, sin considerar su singularidad y subjetividad, su sufrimiento, sus conflictos intra-psíquicos e intersubjetivos, su historia personal y familiar, ni las circunstancias socio-económicas y culturales, los conflictos familiares o los problemas inherentes a las instituciones y sistemas educativos en los que participa.
¿Que posibilidades quedan para trabajar bajo estas circunstancias cuando ya todo parece venir dado y finiquitado de antemano? Las posibilidades de maniobras se reducen y en caso de desacuerdo con el “diagnóstico” previo se lleva a confusión; en el mejor de los casos los padres podrán realizarse nuevas preguntas.
Infancia medicada, desubjetivación encaminada.
Se sigue diagnosticando con criterios y parámetros antiguos y, con estos síntomas planteados, es fácil ver por qué hay tantos diagnósticos en aumento, ya que es incluso una forma posible de describir a un niño, siendo conductas observables en la mayoría de los niños de hoy. Con el agravante de que la medicación puede tener efectos adversos importantes a nivel cardiovascular, además de que no se saben aun los efectos del uso crónico del metilfenidato.
Con estos criterios y abordajes: ¿que lugar le queda a la expresión de la angustia y el malestar en el niño? ¿hay posibilidades de escuchar eso que ponen insistentemente y fallidamente en acto? ¿cómo lograr subjetivar eso que le sucede?
La medicación que tanto “tranquiliza” a niños, padres y maestras, deja intacto el padecimiento y sufrimiento del niño, cuando no lo empeora, con el agravante de que prioriza su “normalización” por sobre el proceso de subjetivación. A un niño diagnosticado con TDAH puede llegar a dársele conjuntamente con la ritalina un cóctel que puede incluir ansiolíticos, antidepresivos y hasta antipsicóticos.
Tanto la psiquiatría como el psicoanálisis tienen en cuenta el síntoma pero como sabemos la orientación que cada uno le da es diametralmente opuesta. En psiquiatría, el individuo es tomado como un objeto de estudio para poder incluirlo en la generalidad de una clasificación diagnóstica mientras que en psicoanálisis es tomado como un sujeto, uno por uno en su singularidad.
Desde el psicoanálisis realizamos otra lectura y abordaje posible acerca de estos actos que pueden ser diagnosticados con TDAH. En primer lugar no apurarse a obturar eso que pasa, corriendo presurosos a tapar ya sea con rótulos o con pastillas. Vamos más allá de la conducta-síntoma para ver qué es lo que esta pasando, qué es lo que el niño puede decir de eso, cuáles son las causas, por sobre todas las cosas tomándolo en su singularidad y en relación a su historia, dejando que se despliegue la fantasmática presente. Intentando que se produzca algo del orden de la demanda hacia un tratamiento posible.
El síntoma para el psicoanálisis no viene dado, sino que justamente algo de la dimensión de la duda, de la pregunta, del enigma conjugado con el sujeto y por tanto del deseo en juego tiene que haber ahí, ya sea de los padres o de lo que el niño recoge de los padres. En los diagnosticados con TDAH justamente lo que no se está jugando muchas veces es la subjetivación, ya que ese cuerpo inquieto está poniendo en ese pasaje al acto continuo, la imposibilidad no solo en relación a la cultura, sino del camino de subjetivación hacia un sujeto de deseo, y por tanto un lugar en el mundo. La medicación como única vía de solución refuerza la desubjetivación ya presente, dejándolo fuera de toda posibilidad de pensar lo que esta sucediendo.
Hay que poder pensarlos desde el modo que han encontrado para funcionar pero no desde la patologización o el déficit. Hay muchos niños que tienen razones de sobra para estar inquietos: duelos por pérdidas, cambios importantes en su vida, falta de atención de los adultos, falta de sostén control y límites adecuados, pero eso no los convierte en un TDAH.
Si siguiéramos exclusivamente los planteos que la consideran una patología con base orgánica, como pensar entonces el aumento exponencial de casos en los últimos tiempos, ¿es que es posible alguna forma de contagio? Es claro que no, ya que ni siquiera hay elementos firmes para sostener que sus causas son biológicas. Que se constaten desequilibrios en los neuro-trasmisores no indica que éstas sean las causas, así como la falta de serotonina no explica per se la depresión consecuente, sin saber por ejemplo que esa depresión pueda ser por un duelo y esta sea la razón de la disminución de la serotonina y no a la inversa. La medicación sin dudas que puede ayudar en muchos casos, (y puede ser un apoyo importante para las posibilidades de tratamiento) pero favorecer una cronificación medicalizada desde muy temprano priorizando ese tratamiento sin tener en cuenta otros aspectos, solo genera desconexión entre el niño y su sufrimiento, entre el síntoma y la dinámica familiar e inhibe las posibilidades de pensar lo que esta sucediendo.
Si hay algo que esas conductas, en más o en menos, pueden estar indicando, es un sufrimiento psíquico al que deberíamos pensar más allá de la medicalización que solo cristaliza el cuadro y condena al niño al déficit o al exceso por siempre, en tanto no pueda encontrar un lugar diferente desde donde pensar y decir sobre lo que le pasa, implicándolo e involucrándolo, y en el mejor de los casos haciendo de ese síndrome un síntoma en el sentido psicoanalítico, que habilite a trabajar, para ver el lugar que ocupa no solo el síntoma, sino ese niño en la estructura de los padres y en la historia familiar.
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