Placer, deseo y toxicomanias
A-taraxia, a-ponia, a-okhlesia son las bases filosóficas de los Epicúreos, (300 a.C) que significan: no ser perturbado, no sufrir la fatiga, no sufrir físicamente. Esta filosofía implica que el placer es no sentir dolor en el cuerpo y no sentir dolor en el alma, resguardeciéndo de los avatares sociales y afectivos. El placer para Epicuro es alivio, es la cesación del dolor. “En el mismo instante se produce el nacimiento del placer máximo y el alivio del dolor”(Sentencias Vaticanas). Esto tiene que ver con la noción del tiempo del placer, un placer que se alcanza al mismo tiempo que cesa el dolor; entre placer y displacer no hay un tiempo intermedio en el cual lo agradable y lo desagradable serían sensibles simultáneamente para el sujeto.
El reemplazo se produce al instante, el displacer deviene en placer inmediatamente. Es interesante ver cuánto de esto puede haber hoy día en el acto de consumir una sustancia. Se refleja claramente en algunos grupos que consumen, sin darse cuenta siguiendo estos preceptos, como por ejemplo los fumadores crónicos de Cannabis en Jamaica, (cargadores) quienes lo hacen para no sufrir la fatiga, para no sentir el dolor que les acarrea su dura tarea. En Uruguay tenemos los adultos que viven en la calle que toman bebidas alcohólicas y los niños y adolescentes en situación de calle que hace unos años consumían pegamentos, ahora se pasaron a la pasta base.
Epicuro (341-270a.C), pese a su posición radical, algo tiene de razón en su teoría sobre el placer. El decía que era importante al buscar un resultado placentero, evaluar los posibles efectos secundarios de esa acción. Pero es radical porque nos dice que el placer no puede mezclarse con el displacer, que el sufrimiento no puede ser a medias agradable, que el bien y el mal no pueden juntarse. Sin duda que los Taoístas tendrían mucho para decir de esto, pero es difícil confrontar culturas tan diferentes.
Siguiendo con los pensadores griegos, se puede ver que ellos llaman Afrodisias a un conjunto de sensaciones de vacío que inclinan el “alma” de un sujeto hacia un objeto, cuerpo, cosa viva o no formando parte de este grupo el hambre y la sed. Para Platón la parte del alma que actúa según el deseo se llama to epithymetikon (La República), el se refiere al deseo en tres variantes: el hambre, la sed y el amor.
Aristóteles distinguirá entre los deseos concernientes al tacto, los que afectan a todos los hombres (sed, hambre, sexo) y los que exceden a la naturaleza. Los primeros se rigen por un límite fisiológico, la satisfacción, y se terminan una vez saciados. Los segundos son personales y variados, ya que no tienen un carácter universal y objetivo.
Esos deseos son parte de una forma de vida, o más bien proponen una clase de vida y una forma de existencia, que por su idiosincrasia y coherencia es incompatible con el saber, con la verdad.
Para Platón el epithymetikon es una forma de subjetividad distinta que se opone al principio de la razón. Del conflicto entre estos y el resultado depende la relación con la verdad y la posibilidad de conocimiento.
En relación a esto Michel Foucault reflexiona y se pregunta: ¿por qué Eros y Logos van siempre juntos en la tradición occidental?, ¿por qué el acceso a la verdad (en este caso, el conocimiento de sí) se juega en el plano del deseo sexual?. Él nos dice que el sujeto de saber es un hombre de deseo. Se ve cómo la Grecia antigua y el cristianismo han moldeado una forma de relación del sujeto consigo mismo, una forma de relación entre conocimiento y voluptuosidad.
En 1982, en una entrevista, Foucault a la pregunta “Podemos sacar algún provecho de ese período ¿no?”, respondía: “Pienso que no hay valor ejemplar en una época que no es la nuestra. No se trata de volver a un estado anterior. Sin embargo, estamos frente a una experiencia ética que implicaba una acentuación muy fuerte del placer y de su uso. Si comparamos esta experiencia con la nuestra, en la que todo el mundo (tanto el filósofo como el psicoanalista) explica que lo importante es el deseo y que el placer no es nada, entonces podemos preguntarnos si esta separación no ha sido un acontecimiento histórico sin necesidad alguna, y que ningún lazo ligaba ni a la naturaleza humana ni a ningún tipo de necesidad antropológica” (entrevista realizada por H. Dreyfus y P. Rabinow).
Es claro que nosotros no pensamos como los griegos, pero aún subsisten restos de esos pensamientos, como lo es la lógica Aristotélica que aún hoy sigue vigente, no sólo en los programas de Filosofía, lo que es peor, en nuestra forma diaria de pensar y razonar las cosas de una forma lineal, que no permite ver la complejidad de las cosas. Seguimos estableciendo relaciones causales apoyándonos en las estadísticas cuando en realidad sólo se pueden establecer relaciones asociativas, que nos acercan al fenómeno pero no lo explican. Es éste el caso cuando se dice que la Marihuana es la puerta de entrada a las “drogas pesadas”, porque la mayoría de los adictos comenzaron con ella, obviando que antes estuvo el alcohol, el tabaco, etc. Hoy en día muchos comienzan directamente consumiendo pasta base.
Para los griegos son los deseos por su modo de acción tan específico, los que determinan el tipo y el estilo de preocupaciones que caracterizan las diversas formas de existencia. Cuando los filósofos griegos teorizaron el arte de vivir, la posibilidad de modelar la propia existencia, el uso de los placeres y el cuidado de sí, no lo hicieron argumentando sobre los actos (mucho menos sobre los adictos), sino sobre los ephytemiai (maneras muy especiales de desear) y su estructura. ¿Qué es lo que esta en juego aquí?. El acceso a la verdad, no de sí, sino del conocimiento en general. Quizas por eso Socrates fue tan revolucionario con la famosa frase: conocete a ti mismo.
Esto parecería descontextuado siguiendo las palabras de Foucault, pero no lo es. Es un paso para el análisis de la situación actual y de la permanencia de los vínculos con las sustancias. Permanencia en cuanto seguimos relacionándonos con ellas, no porque el vínculo sea igual, claro que no.
Vivimos en tiempos donde se resalta la experiencia individual, en donde importa la satisfacción personal y se reclama imperiosamente gozar, desde una apología de lo hedonista.
¿Cuál es la estética del deseo de nuestros días?. ¿Con qué eptihemiai se manifiestan?, ¿qué lógicas de saber cobran sentido?.
Desde el psicoanálisis hay un solo saber, una sola verdad y es la que el paciente nos brinda a través de las palabras, y como él se las arregla con eso, que sean reales o fantaseadas no importa, sino el estatuto que adquiere para él eso que nos dice.
Nos contextuamos en un momento de la historia donde el fenómeno de la globalización no va dejando espacios o islas sin tocar, las nuevas tecnologías ayudan a que todo sea absorbido por el discurso del capitalismo. Cualquier cosa puede ser comercializable, con valor de uso e intercambio comercial, todo puede ser susceptible de consumo y desechable al fin. Incluso las terapias psicológicas parecen ser una nueva moda, un producto más. Los numerosos pacientes que llegan a nosotros luego de pasar por otras alternativas lo atestiguan. Donde parece que hay que ir probando todo lo que hay en el mercado.
Las sustancias han adquirido valor comercial, y la gran paradoja es que pese a no promocionarse en un mercado legal, es una mercancía por excelencia. ¿Tan grande es la necesidad que cubren y tan importante su función, que aún no contando con las ventajas de un mercado legal tienen los adeptos que tienen en todo el mundo independientemente de raza, religión, cultura o sociedad a la que pertenezcan?.
Las sustancias en general ejercen una especie de atracción automática, al contrario de otros productos de consumo, los cuales deben ser promocionados para ser tentadores, para ser vendidos. Aunque es cierto que la propaganda juega con el placer tóxico, como las publicidades de bebidas alcohólicas y tabaco (drogas legales).
Las drogas no son objetos como los demás, porque tienen la facilidad o el poder de enganchar el deseo y mantenerlo, aún sin publicidad. ¿Hasta donde la prohibición no les hace un favor?
¿hay una verdadera relación deseante con las drogas?.
El descubrimiento de los centros de placer en el cerebro nos muestra que el ser humano no sólo tiene una búsqueda de placer casi intrínseca a su naturaleza, sino que además, esa búsqueda hedónica responde a neurotransmisores y receptores análogos a las sustancias consumidas. Tal es el caso de la Cannabis sativa que tiene como su sustancia más psicoactiva al delta 9 tetra hidrocannabinol, encontrándose en el sistema nervioso receptores para dicha sustancia. Esto hace que se replantee la extrañeza con que se consideran algunas drogas, como productos exógenos al cuerpo.
La Neurofarmacología descubrió que hay cierta homogeneidad cualitativa entre los componentes químicos (sustancias) que absorbemos y los que actúan sobre las células cerebrales, siendo capaces de “alterar” nuestra forma normal de percibir el mundo, consiguiendo establecer relaciones asociativas nuevas, que escapan en cierta medida al mundo ordinario. En especial los enteógenos: neologismo creado por Robert G. Wasson en 1979, etimológicamente del griego éndon (dentro), théos (dios) y gennan (engendrar); “dios que nace en el interior del organismo que lo genera”. Este concepto se aplica particularmente a las drogas con capacidades alucinógenas sean naturales o no, como los hongos y el Lsd. Nuevas lógicas de sentido cobran valor de verdad a partir de esto.
En un doble movimiento, el discurso de la Neurofarmacología racionaliza por un lado las conductas toxicómanas, y por otro demarca las fronteras entre el uso y abuso. La explicación e interés médico consiste en que el deseo en juego se convierte cada vez más en necesidad de la sustancia.
En cambio el Psicoanálisis tiene al deseo (inconciente) como centro de atención. Desear es interesarse por algo, orientarse hacia determinado objeto, que en el caso de ciertas drogas hace que un apetito insaciable absorba al sujeto y lo abstraiga del mundo. Esto es la dependencia extrema. Sabemos con Freud y Lacan que se puede saciar la necesidad, pero el deseo es insaciable.
Para Platón, todos los apetitos por las cosas y los cuerpos comparten la misma estructura: su meta sería la plenitud, para Freud lo que vuelve indiferente a todo salvo al producto químico (cocaína) que apunta al cuerpo es la promesa de una voluptuosidad independiente del mundo. Esto provoca una necesidad tan indestructible como las pulsiones reprimidas de la infancia.
El retorno insistente de lo reprimido es insaciable, a diferencia de los deseos puntuales que tienden a procurarse alivio, como por ej.:”quiero una tele nueva”, “un celular nuevo” etc. etc. ingresando en un circuito interminable de consumo, de use y tire cuando venga otro mejor.
Hace cincuenta años se hacían las cosas para que duren toda la vida y la mentalidad era la del ahorro y la privación para un mejor mañana. Actualmente prima la lógica de la no frustración: “lo veo lo quiero, me lo compro” (o “lo robo” en algunos grupos) todo es aquí y ahora, el mañana no existe, en una lógica de no privación, creyendo que así se puede ser mas feliz. Pero es una felicidad efímera que dura unos meses hasta que sale un nuevo modelo de celular, de tele, de auto etc. Y en el caso del adicto a la pasta base es aun menor durando unos breves minutos el efecto, lo que lleva directamente al abuso en poco tiempo para seguir manteniendo los efectos de la droga, pero ni si quiera se le acerca. Ingresando en una espiral de euforia y depresión que lo lleva a la ruina y a la muerte sino logra hacer un corte y ponerle límite a esa experiencia.
Platón pensaba que el deseo es insaciable, el placer es imposible. Tenía razón en lo primero. La teoría Platónica sobreestima y demoniza el deseo, comparable a un extremo del consumo como es la toxicomanía. Con Platón el apetito adquiere una fuerza tan excesiva que vuelve imposible el placer. Esto si fuera cierto haría que todo deseo funcione como una toxicomanía, pero por suerte no es así. A pesar del principio de realidad que dificulta acceder al placer y porque es posible al menos ubicar hacia donde tiende el Deseo y que es lo que busca aunque eso sea algo escurridizo.
Se ha naturalizado que las drogas son peligrosas, que las drogas producen displacer y dependencia, como si fuesen todas iguales y generaran lo mismo, descuidando que lo más peligroso es la forma tan particular de relacionarse con ellas: el consumismo. Abriendo asi una nueva forma de consumo mucho más peligroso y compulsivo adquiriendo mayor relevancia por las roturas del lazo social.
Hay que tener en cuenta que así como en la época de Freud, las neurosis histéricas estaban en boga por una sociedad Victoriana vigente, que ponía en la sexualidad el chivo expiatorio, eliminando los placeres del cuerpo. Ahora parecería que las drogas son el nuevo chivo expiatorio, con dispositivos tendientes a reprimir cualquier utilización del placer hedónico que pueden proporcionar las sustancias. Se gastan millones en reprimir el consumo de ciertas sustancias pero no tanto para prevenir, para informar sobre ellas o atacar las causas.
¿No estarán fomentando (como con algunos fenómenos histéricos) las toxicomanías con la sanción, el llevar hacia lugares que nadie quiere llegar?. Basta como ej. el aumento en forma exponencial del consumo de pasta base en Uruguay en los últimos años.
Los informativos muestran los testimonios desesperados de madres o abuelas de adictos a la pasta base, pidiendo ayuda, sin saber que hacer, como ponerle limite a una situación fuera de control. Como evitar que les sigan vendiendo o simplemente canjeando por droga todas las cosas de valor de la casa hasta dejarla hecha un páramo.
Datos de la policía indican que de cada diez jóvenes que se detiene nueve son consumidores de pasta base. El Hospital Vilardebó está desbordado por esta problemática y en los últimos tiempos han recurrido a sus servicios (por diferentes vías) numerosos casos de adictos.
Los especialistas explican que esta droga tiene un poder de adicción mucho más fuerte que la cocaína y es más destructiva en todo sentido para el consumidor. Además, es muy difícil desintoxicar a estos pacientes, con grados de reincidencia importantes.
La experiencia hedonista en búsqueda del placer individual que muestran los adictos a las drogas desnuda la soledad en la que viven y a veces mueren estos consumidores, aislándose poco a poco, cerrando las escasas redes sociales que quizás en el mejor de los casos en algún momento los cobijaron y contuvieron.
Freud en 1920 en su texto más allá del principio de placer habló del más allá del puro placer y que incluso en esa búsqueda se podía encontrar todo lo contrario, como dijo Lacan: el goce mortífero.
Y si el cuerpo pide gozar y gozar cada vez más como saber en que punto es necesario detenerse. Y si no hay regulación del goce como poder hacerlo, cuando desde todos lados lo que se exige es gozar, gozar, gozar? En un camino hacia la pura pulsión, a dicción, donde el discurso queda mudo y eso habla por él.
Vayamos hacia una explicación posible: antes de su entrada en lenguaje el sujeto solo existe en el plano de la relación imaginaria, especular; alienado en el otro materno.
Será ese primer encuentro modelo a seguir, donde la primer satisfacción se dará para colmar una necesidad puramente fisiológica. Quedará un registro, de esa primer satisfacción, pero no será hasta un segundo momento y volviendo al circuito del displacer que el pequeño valiéndose de la primera experiencia aspira a satisfacer su necesidad bajo una “idea alucinatoria” registrada desde la primera experiencia, provocándose así un falló que pone en entredicho la imposibilidad de ser autosuficiente, instaurando la demanda. Abriendo la brecha entre la satisfacción de la necesidad a la satisfacción de una demanda propiamente pulsional.
Aquí encontramos la fuente inaugural de toda relación aun no dialéctica, pero que sin embargo pone al niño en la posibilidad de instituirse como sujeto hablante.
El deseo del sujeto alienado a la instancia puramente imaginaria, sometido al deseo del otro, solo podrá salir de esta relación a partir del lenguaje. Este otro vendría a ser sustituido por las drogas en el adicto, habiendo una relación con ella. La adicción sería la búsqueda de un objeto anti-duelo que no permite la elaboración de la perdida ese objeto primordial.
Este objeto droga parece responder mágicamente a todas las necesidades inmediatas de evitar las tensiones internas y externas típicas de ese momento.
El objeto de la adicción se halla en estrecha relación con aquel de la dependencia infantil. Pero seguramente también con otros actuales, que reafirman esa dependencia reanimando las fijaciones infantiles.
En el vínculo adictivo en general toda la persona, todos sus intereses están centrados en esa relación de dependencia donde se funden el sujeto con la sustancia o las sustancias porque éstas puede irlas cambiando acorde a la disponibilidad en plaza. Es comun ademas que consuman multiples sustancias.
El individualismo, el aislamiento y las nuevas formas de vincularse que implican de por si cada vez más ausencia de contacto personal, son los signos de estos tiempos. En la ausencia o disminución al mínimo de la presencia de ese “otro”, todo queda librado a un vínculo del sujeto consigo mismo, donde el otro es ajeno a mí, ya no es más un semejante, un par, sino un completo extraño deviniendo incluso en perseguidor, dándose una relación cada vez más imaginaria y persecutoria producto del desconocimiento total que del otro se tiene.
Vivimos en un tiempo donde los adultos ya no son el modelo a seguir, por el contrario parecería que los adultos quisieran imitar a los jóvenes. Porque toda la batería mediática esta puesta en hacernos creer que ser joven es el ideal de esta sociedad.
Pero estos jóvenes no visualizan un futuro claro, no piensan en tener que seguir etapas de un proceso para conseguir eso que quieren como algo natural. Lo que sea que quieren tiene que ser ya, no hay tiempo de espera porque los padres no saben hacerlos esperar. Entran en una espiral de darle y darle respondiendo a todas las demandas intentando saciar lo insaciable.
Esa inmediatez tiene su correlato en la frase: “no sé lo que quiero pero lo quiero ya”, (Sumo) la trampa mortal del vínculo adictivo es que no se alcanza nunca la saciedad porque no se trata solo de una necesidad, sino de demanda y esta es imposible de satisfacer, por eso el fin es sumamente fugaz.
Vivimos tiempos de falta de límites y su contracara: los excesos. De adicciones donde la estética del placer indica que hay que tener mp4 o mp5, celular con “todos los chiches”, si es un Ipod mejor, internet, etc., etc., en una especie de resalte de los vínculos virtuales, imaginarios, donde lo real del tener puede más que la posibilidad del dialogo, de la verdadera comunicación con otro sin intermediarios tecnológicos. En donde los hijos y los padres se miran cada vez menos a los ojos y más la nuca, por estar ocupados mirando la pantalla: llamese televisor, computadora o celular. Y si de aislamientos y falta de comunicacíon hablamos. El del adicto es un viaje individual, porque aunque consuma en grupos la relación con la droga siempre es personal, singular e implica un repliegue hacia el interior del sujeto. Muestra soledad, depresión y necesidad de evadirse de una realidad que le resulta difícil e insoportable. En esa actitud compulsiva hacia la droga hay dependencia y hay violencia, primero hacia sí mismo y luego como consecuencia de la búsqueda imperiosa viene el robo, la venta de objetos propios y ajenos etc., etc., para conseguir medios para drogarse, convirtiéndose en su único objetivo en el día a día. Circuito de goce mortífero que de no producirse un corte lo llevará inevitablemente a un encuentro con el más allá del principio de placer.
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PRIGOGINE I. El fin de las certidumbres. Ed. Taurus, Madrid 1997
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