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El encierro de la muerte: San Fermín

Hoy de mañana como siempre me dispuse a hojear el diario para ver las ultimas novedades cuando me encontré con la foto de tapa: un hombre (o lo que quedaba de él) todo ensangrentado y con la ropa hecha jirones, enganchado por los enormes cuernos de un toro. Linda forma de empezar el día con imagen tan violenta pensé.
Esto inevitablemente llevo a cuestionarme acerca de esta practica habitual que se realiza en Pamplona desde hace mucho tiempo.
¿Cual es la gracia que le ven a correr delante de una masa de miles de kilos con cuernos puntiagudos en un espacio cerrado donde hay muy poco lugar para escapar en caso que el animal después de tanto hostigamiento, castigo y stress decida defenderse y arremeter contra el que este más cerca?
¿Cual es el sentido de arriesgar el físico y la propia vida que en cuestión de segundos se puede perder?
Cualquier observador distraído puede apreciar claramente como los toros lo único que quieren es salir corriendo lo mas rápido posible de ahí, escapar de esa maraña humana que les pega, les grita, les hostiga. Y corren hacia el único lugar que pueden: hacia adelante en estampida. Y pobre de aquel que quede ubicado justo en el medio. ¿Pobre? ¿Por que? Más bien pobre el toro que no eligió ni quiso formar parte de este espectáculo “moderno” que no tiene nada que envidiarle al circo romano. Las personas asisten de todas partes de España y el mundo para participar del “encierro” de muy buena gana y con animo festivo. Si estas en la vuelta y no vas no existís.
Los preparativos comienzan horas previas regados con litros y litros de alcohol, donde hombres y mujeres se mezclan, liberándose y descontrolándose a medida que se acerca el momento y el etanol va surtiendo efecto.
Hay todo un entorno que le da un carácter festivo y seguramente lo sea para los participantes hasta que un “trágico accidente” vuelva a enlutar y todos se lamenten por una muerte que se podría evitar. Y uno pensaría que al otro día se suspenden los encierros en honor al fallecido pero no, siguen…
Este rito tiene tres grandes vertientes de análisis: la tradición, el turismo y por ultimo los aspectos psicológicos que entran en juego.
Es una tradición y en principio así hay que verla y analizarla, dándole sentido de pertenencia a quienes ahí viven y a los ocasionales visitantes por formar parte de un ritual sagrado de tipo iniciatico, continuador de una cultura, y como tal tiene sus etapas.
También es una actividad turística cada vez más lucrativa y que ha posicionado a Pamplona en el mapa, aportándole millones de dólares.
En tercer lugar y desde donde nos interesa analizar este fenómeno: los aspectos subjetivos que están involucrados y la mirada que le podemos dar desde el psicoanálisis.
Y es desde ahí que podemos ver esa exposición, ese exponerse, casi ofrecerse a la cornada de los toros, como un desfilar por los pretiles de la muerte, un buscar esa adrenalina y euforia que el alto grado de peligrosidad puede generar, en un intento de enfrentar la muerte y vencerla o no…
Cualquiera que haya tenido la experiencia de haber sido corrido por una manada de vacas en la mitad del campo puede si quiera acercarse mínimamente a lo que se podría sentir en la experiencia del encierro y las sensaciones que esto puede generar, potenciado y multiplicado exponencialmente por el entorno. También es valido decir que algunos parecen no percatarse del peligro al que están expuestos, corriendo alegremente frente o al costado de los toros.
¿Algo contra la naturaleza? Seguramente si, por el hecho que nunca confluyen naturalmente tantos toros juntos, sino uno y muchas vacas. ¿Algo contra la “naturaleza humana” ? Seguramente no.
Los seres humanos somos agresivos, violentos, siempre nos las arreglamos para idear formas de lastimar, ofender y agredir al otro, e incluso a nosotros mismos. No hay otro ser en la tierra que tenga tanta creatividad y que además la utilice para estos fines. Es la otra cara del arte, de la sublimación de la agresividad a manos de la cultura que inevitablemente lleva al malestar por no poder expresar nuestras verdaderas intenciones y nuestros deseos más ocultos.
Hay una cuota importante de goce mortífero intrínseco a este tipo de exposiciones, que nada tienen que ver creo yo con la estupidez humana, sino mas bien con una alta cuota de machismo y de hombría mal entendida. Hay que tener en cuenta que históricamente las corridas y encerronas han sido una actividad típica y casi exclusiva para hombres, en donde demostrar su “valentía” y “coraje” para luego tener historias que contar a sus amigos, hijos y nietos. Valores culturales trasmitidos y absorbidos desde muy pequeños, obviamente que no se cuestionan. Se trasmite de generación en generación que torturar toros hasta matarlos dentro de un estadio y luego cortarles las orejas en señal de triunfo es algo heroico y fascinante. Y sin dudas que lo es para muchas personas por algo estos “espectáculos” siguen prosperando y masificandose.
Han pasado muchos años desde la primera corrida, ya van decenas de muertos y miles de heridos de distinta gravedad y grado de secuelas, pero “la fiesta” sigue igual… El espectáculo debe continuar...






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