Era el primer día escolar, ese año había pedido comenzar desde el inicio de las clases (no al segundo mes como se hacia habitualmente) para ir conociendo a los niños desde sus primeros contactos con la escuela, la maestra y sus compañeros. Comencé el recorrido (tal cual era mi costumbre de ir clase por clase) por los niveles más bajos, al entrar al salón de nivel 4, vi que había aproximadamente 20 niños por lo que la capacidad del salón estaba a tope. La escena que encontré fue de alboroto, llantos y angustias típicas de este día en quienes hacen sus primeras separaciones, pero hubo un hecho que capto de inmediato mi atención: una niña sentada sola y aislada del resto, a quien llamaré Paola. En ese momento no supe la razón de esa ubicación, luego sabría que la maestra la había puesto ahí para que no le descontrole el grupo, porque pegaba a los compañeros de mesa. Se encontraba ensimismada, murmurando palabras ininteligibles y casi inaudibles, que no apuntaban directamente a comunicarse...